viernes, 17 de junio de 2011

LA FUENTECILLA DE LOS RECOLETOS AGUSTINOS en la calle de Alcalá de Madrid.

Un poco de historia alrededor de la fuentecilla de los recoletos:

El lugar que hoy ocupa la plaza de Cibeles formaba parte de un eje arbolado longitudinal que, en el Renacimiento, separaba el casco urbano madrileño de diferentes conjuntos monacales y palaciegos. Constaba de tres tramos principales, conocidos como:
·        el Prado de los Recoletos Agustinos (actual paseo de Recoletos),
·        el Prado de los Jerónimos (que se corresponde con el paseo del Prado) y
·        el Prado de Atocha (ya desaparecido).


La primera reforma de importancia de este eje se llevó a cabo a instancias de Felipe II, en el año 1570. En el siglo XVIII, durante el reinado de Carlos III, se emprendió una nueva remodelación. El proyecto, que recibió el nombre de Salón del Prado, fue ejecutado por los arquitectos Ventura Rodríguez y José de Hermosilla. Consistía en crear una gran zona ornamental de jardines y fuentes al este de Madrid, flanqueada en sus lados por diferentes recintos dedicados a la divulgación científica y cultural.
Fruto de esta iniciativa urbanística, fue la instalación en 1782 de la fuente de Cibeles junto al Palacio de Buenavista, en el paseo de Recoletos, mirando hacia la vecina fuente de Neptuno. En 1895, se tomó la decisión de trasladar este conjunto escultórico a la intersección del citado paseo con la calle de Alcalá, su actual ubicación. La confluencia de ambas vías fue aprovechada para crear alrededor de la fuente una rotonda de distribución del tráfico de carruajes, que dio origen a la plaza.
Cuatro años antes del traslado de la fuente había abierto oficialmente sus puertas el Banco de España, con lo que los ángulos occidentales de la plaza quedaron cerrados (esta construcción se encuentra en la esquina suroeste, enfrentada al Palacio de Buenavista, en la noroeste).
En los primeros años del siglo XX, el contorno oriental quedó definitivamente articulado, con la inauguración en 1900 del Palacio de Linares, después de 23 años de proyectos y obras; y en 1917 del Palacio de Comunicaciones, el edificio de mayor altura del recinto y el que, junto con la fuente, mejor define a la plaza, y actual despacho del ínclito Alcalde Presidente del Municipio de Madrid, Don Alberto Ruíz-Gallardón.


A continuación de la Plaza de la Cibeles arrancaba el paseo de Recoletos, que llegaba hasta la plaza de Colón, donde se encontraba la Puerta de Recoletos, construida en estilo barroco durante el reinado de Fernando VI pero perteneciente a la antigua cerca de Felipe IV que rodeaba la ciudad. Toma el nombre del convento de la orden de los agustinos recoletos, construido en 1592 donde el marqués de Salamanca levantó su palacio en 1855, hoy sede de la vicepresidencia de BBVA. Tenía el convento capillas tan populares como la de la Virgen de Copacabana y la del Cristo del Desamparo, de Alonso de Mena, llevado luego a la iglesia de San José. Y una bodega de gran nombradía, que despachaba vino a todo aquel que lo requería, siendo bien reconocido por el pueblo de Madrid por medio de esta coplilla:
“El Vino de los Recoletos
pasa bien por los coletos”

Era este paseo el antiguo Prado de Recoletos, por el que discurría como en el Prado Viejo el arroyo del Bajo Abroñigal, y que ya con Felipe II tuvo un ligero adecentamiento al realizarse la plantación de una arboleda dispuesta en una única hilera. En tiempos de Fernando VII empezó a urbanizarse, y en 1864, siendo alcalde de Madrid el Duque de Sesto, tomó su forma actual, con reformas posteriores a lo largo de los años.

Descripción y utilidad de la fuentecilla de los recoletos, cerca de Cibeles:

Muy cerca de la fuentecilla de los recoletos se encuentra la fuente de la Cibeles, cuya figura principal es la diosa Cibeles, obra del escultor Francisco Gutiérrez. Está montada en un carro dispuesto sobre una roca que se eleva en medio del pilón. En sus manos lleva un cetro y una llave y en el pedestal se esculpieron un mascarón que escupía agua por encima de los leones hasta llegar al pilón, más una rana y una culebra que siempre pasan desapercibidas. Dos leones esculpidos por el francés Roberto Michel, tiran del carro.
La fuente no sólo era un monumento artístico sino que tuvo desde el principio una utilidad para los madrileños. Tenía dos caños que se mantuvieron rústicos hasta 1862. De uno se surtían los aguadores oficiales que solían ser asturianos y gallegos y llevaban el agua hasta las casas y del otro el público de Madrid. En el pilón bebían las caballerías. El agua procedía de un viaje de aguas que, según la tradición, databa de la Edad Media de la época en que Madrid era musulmán. Tenía fama de poseer buenas propiedades curativas de cualquier mal.
En 1895 fue el traslado de la fuente al centro de la plaza. Con motivo de las obras pertinentes se hicieron nuevas remodelaciones. Se colocó el monumento sobre cuatro peldaños y se le rodeó de una verja para evitar en este caso el acceso. La fuente ya no cumplía su cometido porque la mayoría de las casas tenía o empezaba a tener agua corriente, por lo que el añadido del grifo y el oso se quitó, volviendo así al primitivo proyecto de Ventura Rodríguez. Además se añadieron en la trasera dos amorcillos; uno (cuyo autor es Miguel Ángel Trilles) vierte agua de un ánfora, y el otro (su autor es Antonio Parera) sostiene una caracola.
Pero con este cambio no se perdió la traída de aguas del viaje antiguo y para suplir la fuente como tal se construyó una fuentecilla con caño en la esquina de la plaza, del lado de Correos. Esta fuentecilla siguió siendo todo un símbolo para el pueblo de Madrid que allí acudía a llenar cántaros, botijos y botellas, como sus antepasados. La fuentecilla dio lugar a que la música le dedicara una canción:

"Agua de la fuentecilla, la mejor que bebe Madrid"
De esta fuentecilla manaba un agua fantástica, aunque los madrileños, con esa retranca que les caracteriza, decían que dicha agua “no servía para nada”, pues su sabor que era auténtico, era agua pura de manantial y sin clorar, y no gustaba al finísimo paladar madrileño. Sin embargo todos acudían a dicho caño para recoger, unos con cántaras, otros con botellas, o en cualquier recipiente que se pudiese acopiar, porque tenía un algo muy especial: con esa agua salían los mejores arroces que hacerse pudiesen.


Aquella fina y delicada agua de sierra, una de las mejores aguas que tuvo nunca ciudad ninguna, causó gran afición a los madrileños, porque utilizada en sus usos culinarios daba un resultado maravilloso, pues no agregaba sabor alguno a los guisos y arroces.

Todavía recordaba mi padre, haber visto una botella de “agua de Lozoya”, sellada y lacrada ante notario, con años de antigüedad, y que permanecía clara, limpia y transparente, sin posos ni sedimentos.

Desde hace unos pocos años, a finales del siglo pasado, el siglo XX, el Ayuntamiento de Madrid, por mor de la higiene y la salubridad, cegó el caño de la fuentecilla de los recoletos, privándonos a los madrileños de cocinar los arroces, a la madrileña, obligándonos a utilizar aguas embotelladas, higiénicamente puras.

Espero que este pequeño relato matritense sirva para ir conociendo un poquito de nuestro pueblo, Madrid, capital del reino de los españoles, además de eso, nuestro pueblo.

Desde este blog se agradece la amabilidad de Wikipedia y de Doña Lourdes Cardenal autora de los testos citados.

1 comentario:

  1. Bueno, bueno bueno... ya sabía yo que un blog tuyo no podía dejar indiferene a nadie. Leyéndolo parece que te estoy escuchando a ti contarme la historia, jejeej. ENHORABUEN, ANTONIO!!

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